por Ramiro Aznar Ballarín
by Ramiro Aznar Ballarín
The world is “an enormous canvas on which to draw by walking. A surface that is not a white page, but an intricate design of historical and geographical sedimentation on which to simply add one more layer” [2: 150, italics mine]. From the ancient footprints of two Australopithecus afarensis in Laetoli (Tanzania) 3,4 millions of years ago to the first steps of Neil Amstrong on the moon in 1969, human beings –and our recent ancestors- have written History by walking. In cities, walking has been the main way of transport until a very few years, supporting the foundations of mobility and urban interactions [12]. Nevertheless, walking –or writing on the urban landscape with our feet- is not just a mode of travel through the city.
[1] Benjamin, W. 2002. From The Arcades Project. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). The Blackwell City Readier. Blackwell, 560 p.
[2] Careri, F. 2009. Walkscapes. El andar como práctica estética. Walking as an aesthetic practice. Land&Scape Series. Ed. Gustavo Gili, 205 pp.
[3] Certeau, M. 2002. From The Practice of Everyday Life. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). The Blackwell City Readier. Blackwell, 560 p.
[4] Escobar, M.G. 2009. Derives and Social Aesthetics in the Cities: Urban Marks in El Raval de Barcelona, Spain. Social Sciences 1(2): 136-151.
[5] Faucault, M. 2002. From Discipline and Punish: The Birth of the Prison. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). The Blackwell City Readier. Blackwell, 560 p.
[6] Featherstone, M. 1998. The Flâneur , the City and Virtual Public Life. Urban Studies 35(5-6): 909-925.
[7] Fenton, J. 2005. Space, chance, time: walking backwards through the hours on the left and right banks of Paris. Cultural Geographies 12: 412-428.
[8] Middleton, J. 2009. ‘Stepping in time’: walking, time, and space in the city. Environment and Planning A 41(8): 1943-1961.
[9] Mitchell, W.J. 2002. From City of Bits: Space, Place and the Infobahn. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). The Blackwell City Readier. Blackwell, 560 p.
[10] Phillips, A. 2005. Cultural geographies in practice: Walking and looking. Cultural Geographies 12 : 507-513.
[11] Pinder, D. 2001. Ghostly footsteps: voices, memories and walks in the city. Ecumene 8(1): 1-19.
[12] Pozueta, J., Lamíquiz, F.J. & Porto, M. 2009. La ciudad paseable. CEDEX, 430 p.
[13] Roelstraete, D. 2010. Richard Long: A Line Made by Walking. Afterall Books, 86 p.
[14] Rossiter, B. & Gibson, K. 2003. Walking and Performing “The City”: A Melbourne Chronicle. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). A Companion to the City. Blackwell, 640 pp.
[15] Tester, K. 1994. The Flâneur. Routledge, 205 p.
[16] Walkowitz, J.R. 2002. From City of Dreadful Delight: Narratives of Sexual Danger in Late-Victorian London. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). The Blackwell City Readier. Blackwell, 560 p.
[17] Wilson, E. 2002. From The Sphinx in the City: Urban Life, the Control of Disorder, and Women. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). The Blackwell City Readier. Blackwell, 560 p.
En uno de los pasajes de Walkscapes: El andar como práctica estética se dice que “el mundo es un enorme lienzo, el cual es pintado al caminar. Una superficie que no es una página en blanco, sino un histórico y geográfico sedimento en el cual se van añadiendo capas y más capas” [2: 150, énfasis mío]. Desde las pisadas milenarias de dos Australopithecus aferensis en Laetoli (Tanzania) hasta ese “pequello” paso de Neil Amstrong en la Luna en 1969, la Humanidad –y nuestros ancestros homínidos- han escrito la Historia caminando. En las ciudades, la marcha a pie ha sido el modo mayoritario de desplazamiento hasta hace muy poco, constituyendo la base de la movilidad y relaciones urbanas [12]. Pero como se verá la práctica de caminar, de escribir el paisaje urbano con nuestros pies, no es únicamente un modo de moverse a través del tejido urbano.
Uno de los primeros en reconocer las implicaciones del caminar por la ciudad fue la figura del flâneur. El origen de este personaje se remonta al siglo XIX, y es asociado a un lugar determinado, las calles parisinas [17]. Sin lugar a dudas, el mejor análisis sobre el tema lo encontramos en el ensayo de Water Benjamin sobre Charles Baudeliere [Benajamin, 1983, cited in 15]. Por definición, un flâneur es tanto un ocioso, un paseante, como un observador, un detective de la escena urbana [6]. Es una interesante figura pública porque es capaz de resaltar “la centralidad del movimiento en la vida social”, ya que para el lo más importante es el flujo de nuevas experiencias y percepciones que le invaden al andar por el paisaje urbano y entremezclarse entre el gentío [ibid]. Las calles, de acuerdo con los apuntes de Benjamin [1], conducen al paseante a través de un tiempo ya extinto, recuerdos o melodías de un pasado alternativo. Por consiguiente, se ha argumentado que la práctica de la flânerie no consiste en vagabundear y observar, también supone escribir y transformar el tejido metropolitano [16]. En este contexto, hombres de la época como Engels, Dickens y Mayhew son considerados poetas andantes que intentaron leer la ciudad “ilegible”, y a continuación transformar su caótica y peligrosa narrativa en un texto social integrado, reconocible y ordenado [ibid]. Según lo visto en este párrafo, como Benjamin [1] apunta, las ciudades son vastos depósitos de historia que pueden ser leídos como un libro si se cuenta con un código apropiado.
Según Walter Benjamin la ciudad puede ser entendida como un texto. De este modo se pude argumentar que lo que está escrito se corresponde con la realidad urbana, y por tanto, sus innumerables palabras pueden ser entendidas como miles de puertas –que sirven tanto como entrada como de salida- [Frisby, 1994: 100, citado en 6]. Como consecuencia la flânerie es un método de lectura, de interpretación de señales, huellas, signos, vestigios… dejados en el pavimento urbano, pero también es un medio para escribir, para construir y producir ciudad [6] (vía la ciudad viva). // According to Walter Benjamin, “the text is a city”. “That which is written is like a city, to which the words are thousand gateways” [Frisby, 1994: 100, cited in 6]. The flânerie is therefore a method of reading texts, for interpreting the traces of the metropolis, but it is also a method of writing, of producing and constructing texts [6] (via la ciudad viva).
La llegada del siglo XX supuso la (casi) extinción del flâneur del nicho urbano debido a dos factores principales. Por un lado la reducción del espacio público urbano, y por otro, el auge del tráfico y del automóvil privado [6]. Como consecuencia este investigador de la ciudad fue progresivamente sustituido por el voyeur de escaparates [ibid], por un auténtico mallrat. Un consumidor ávido por mezclarse entre la multitud y los maniquís [Falk & Campbell, 1997, citado en 6].
En estos últimos años, al mismo tiempo que la ciudad del texto es reemplazada por la ciudad del link, un nuevo explorador esta vez electrónico se desplaza por las avenidas de Internet. Como auguraba Verilio [1997, citado en 6], “la pantalla del ordenador se ha convertido en la plaza mayor”. Hoy en día, de hecho, las redes de información digital pueden considerarse tan esenciales como los callejeros urbanos [9]. Diversos autores apuntan dos diferencias principales entre este flâneur electrónico y el convencional de hace dos siglos. La primera reside en la velocidad y la movilidad. Mientras que el flâneur parisino recorre las calles de forma continua, pausada, y en su errar como mucho podría visitar un número reducido de calles, su versión moderna se mueve de forma rápida y puntuada, gracias a “saltos” entre calles e incluso ciudades [6]. Esta “híper-movilidad” se conoce como navegación o surfeo de la red, y se consigue gracias a la naturaleza híper-conectada de la red [ibid]. El segundo contraste esta basado en la escala del universo que ambos flâneur habitan. Por un lado, la actividad del flâneur convencional estaba limitada por los edificios, las calles y por algunas barreras socio-culturales. En cambio, el “datascape” del presente tiene multitud de capas, casi infinitas [ibid], aunque también presenta en su geografía de accesibilidad un creciente número de obstáculos, culturales, físicos y socio-políticos [9].
El acceso a este nuevo espacio digital urbano se está configurando de una forma muy parecida al de la ciudad convencional. De hecho, en la actualidad no podemos encontrar en la red plazas, forums, lobbies, barreras, puertas, cerraduras y clubs privados [9: 59] (via Google Images). // “Now, as cyberspace cities emerge, a similar framework of distinctions and expectations is being constructed, and electronic plazas, forums, lobbies, walls, doors, locks, memebers-only clubs, and private rooms are being invented and deployed” [9: 59] (via Google Images).
En los 50, el flâneurismo deja paso a otra exploración urbana conocida como deriva (“dérive”) desarrollado por los miembros de la Internacional Situacionista. Este movimiento fue el sucesor natural de la “visita” dadaísta y la “deambulación” surrealista [2]. A través de la deriva urbana los situacionistas trataban de construir situaciones por las cuales “desnudar” la ciudad convencional, y de esta forma, construir territorios lúdicos, patios de recreo "donde poder vivir colectivamente y en el cual experimentar comportamientos alternativos” [ibid]. Al contrario que los surrealistas, Guy Debord y compañía aceptaban el azar pero no basaban la deriva principalmente en él [2]. Con unas pocas reglas pretendían abrir posibilidades en estado latente a través de la intervención, la apropiación y el desciframiento del paisaje urbano [4]. Los situacionistas representaban las derivas a través de “mapas psicogeográficos” en los que ilustraban los flujos de experiencias y vivencias [ibid].
Guiando nuestros pasos a otro tema, el hecho de caminar es reconocido como una práctica de participación humana llevada a cabo simbólica y físicamente, la cual se puede entender como una exploración estética [ibid]. Phillips [10] explica que el caminar ha atraído a multitud de (anti) artistas por su inacabada naturaleza basada principalmente en el proceso y no el el propósito. Además ofrece una manera de escribir sobre el paisaje tanto natural como artificial sin prácticamente restricciones. Como dice Roelstraete [13:12-15] en su libro sobre la obra de Richard Long, A line made by walking (1967), “andar es un medio a través del cual se puede construir mundo pero a la vez poderlo habitar”, “medir e incluso apropiarse de él”. Como dirían otros caminar puede entenderse como una manera radicalmente diferente, mucho más democrática de experimentar la ciudad. Esta tendencia artística ha sobrepasado fronteras, autores como Ulay, Wodiczko, Muller, Cardiff, Tiravanija y el propio Long llevan años creando arte a partir del acto humano más ordinario, andar, de esta forma su obra se añade a ese largo poema que son las mitologías del andar como la peregrinación, las diásporas, y los mencionados flâneurismos y derivas situacionistas [10].
A line made by walking (Richard Long, 1967). “Andar puede considerarse como una acción artística, y por tanto, una línea creada al caminar podría ser una obra de arte” [13: 5] (vía National Galleries of Scotland). // A line made by walking (Richard Long, 1967). “Walking could be art, and that a line made by walking could be an artwork” [13: 5] (via National Galleries of Scotland).
Todas estas corrientes culturales basados en la experimentación de la ciudad o el paisaje en general a través del caminar se encuentran en clara oposición a lo que se ha llamado la visión divina [3], la mirada panóptica [5] o más recientemente la visión “zenithal” [4], la cual la urbe es observada y analizada a través de los cristales de la ventana del último piso del más alto rascacielos. La marcha a pie y la reflexión generados durante los paseos urbanos entonces contribuye al denominado contradiscurso urbano [14]. En este marco, Barthes [1982, citado en 7; 14] puntualiza que la ciudad sólo puede comprenderse enteramente de una forma etnográfica, es decir, caminándola, observándola de cerca, usándola… Wilson [1991, citado en 11] argumenta que al caminar los espacios urbano invocan recuerdos, un proceso al que Proust denominó “memoria involuntaria”. Muchos académicos han apoyado esta tesis, Steve Pile [1997, citado en 11] por ejemplo, comenta que el andar permite viajar espacial y temporalmente. Para él, cada ángulo, cada nueva experiencia callejera, puede producir tanto una serie de flashbacks y flashforwards junto con realidades presentes. Además del componente psicológico del espacio urbano, la ciudad también se encuentra definida por su ritmo urbano [8]. Como Highmore [2005: 141, citado en 8] resalta, “el ritmo de paso es un ingrediente vital en cualquier experiencia urbana, sin importar lo rápido o lento que este sea”. De hecho, la relación entre el tiempo y la práctica de caminar es no sólo la del tic-tac del reloj, sino que está constituida por múltiples y complejas temporalidades a través de las cuales los ciudadanos experimentan sus trayectos [8: 1958].
De Certau alienta a los viandantes a producir sus propios textos urbanos, a construir y ocupar el espacio urbano de las maneras más extrañas e inventivas posibles, para así, permitir desbloquear posibilidades anteriormente latentes, durmientes, con las que jugar a proyectar, representar la ciudad [14], algo que recuerda mucho al título de una de las primeras entradas de este blog: sembrar nuestras calles con potencial. En esta misma línea argumental, Phillips [10] escribe que caminar es una actividad que abre horizontes para la exploración urbana pero que al mismo modo, consigue demostrar las limitaciones del paisaje urbano cotidiano. Entonces, quedándonos con la parte positiva, se podría decir que “el discurso del caminante urbano crea historias, inventa espacios, y abre las puertas de la ciudad, inundando la superficie urbana con una miríada de posibilidades tanto realizables como irrealizables, desencadenando un flujo de sentimientos y experiencias olvidadas tiempo atrás”.
The world is “an enormous canvas on which to draw by walking. A surface that is not a white page, but an intricate design of historical and geographical sedimentation on which to simply add one more layer” [2: 150, italics mine]. From the ancient footprints of two Australopithecus afarensis in Laetoli (Tanzania) 3,4 millions of years ago to the first steps of Neil Amstrong on the moon in 1969, human beings –and our recent ancestors- have written History by walking. In cities, walking has been the main way of transport until a very few years, supporting the foundations of mobility and urban interactions [12]. Nevertheless, walking –or writing on the urban landscape with our feet- is not just a mode of travel through the city.
One of the first figures to recognize this reality was the flâneur. Originally, this character emerged from the streets of Paris, late in the 19th century while the classic bohemia went into decline [17], and it is mainly known thanks to the analysis of Charles Baudelaire by Walter Benjamin [Benjamin, 1983, cited in 15]. A flâneur was a idler or waster, but also an observer or detective of the urban scene [6]. He was an interesting social type because it points out the “centrality of locomotion in social life”, this “stroller is constantly invaded by new streams of experience and develops new perceptions as he moves through the urban landscape and crowds” [ibid: 910]. Moreover, the street, according to Benjamin [1], leads the flâneur through a vanished time, a resonance or melody from an alternative past. But, in fact, it has been argued that flânerie was not just the activity of strolling and looking, but also of writing and transforming the urban fabric [16]. In this respect, men such as Engels, Dickens and Mayhew were considered poets who tried to read the ‘illegible’ city, transforming its chaotic and haphazard narrative into an integrated, knowable and ordered social text [ibid]. Accordint to what it has been said in this paragraph, as Benjamin writes [1], cities are large deposits of history which can be read as a book if one is able to find the proper code.
Eventually, with the arrival of the 20th century the presence of the flâneur on the streets of the great European cities diminished because of two main factors: the decline of public space and the rise of traffic [6]. As a result, this urban explorer has been progressively substituted by others forms of public figures. A good example of this can be found in the contemporary shopping flâneur [ibid], an authentic mallrat. A consumer who enjoys the liberty of mingling in the crowd and mixing with the world of good on display [Falk & Campbell, 1997, quoted in 6].
In recent years, as the textual city is being replaced by the hypertextual or data city, a new electronic explorer now wanders through the avenues of the Internet. As Verilio [1997, quoted in 6] points out, “the [computer] screen has become the city square”. Nowadays, in fact, computer networks become as essential to urban life as street systems [9]. It has been argued that there are two significant differences between the urban and the digital flâneur. The first is the dissimilarity in relation to speed and mobility. In contrast to the slow strolling of the conventional flâneur, who can walk through a few numbers of streets and always in the same city, the electronic version can “jump” from one street to another [6]. Indeed, the hop can be to another city [ibid]. This ‘hypermobility’ is known as surfing or surfing and it is based on the hyperlinked nature of the Internet. The second contrast is the scope and scale of the universe the flâneur inhabits [ibid]. On the one hand, the flânerie of the 19th century was limited by built environment and sometimes by social barriers as well. The ‘datascape’, on the other hand, is multilayered, almost infinite [ibid], but as in traditional cities, there are cultural, physical and socio-political obstacles for accessing to this new digital cityspace [9].
In the 1950s, the flânerie is substituted by the concept of dérive (“drift” or “drifting”) developed by the members of the Situationist International. In fact, the dérive was the immediately successor of the Dada “visit” and the Surrealism “deambulation” [2]. By walking the city or drifting, the Situationists attempted to construct situations as the means with which to strip the naked city, but also a medium to construct a playful landscape, “a space for collective living, for the experience of alternative behaviours” [ibid: 108]. In contrast to the Surrealism, the dérive accepts chance, but is not based on it [2], with a few rules; they pretended to open up dormant potentialities of symbolic intervention and understanding urban landscape, not as data compilation but as an experience itself [4]. Situationists represented derives by “psycogeographical maps” to illustrate these flows of subjective experiences [ibid] –the “psycogeography” will be analysed in further detail in a new post-.
As Careri [ibid] points out, walking is itself a human participation performed symbolically and physically affecting city-life space; in fact, it is an aesthetic exploration. In this regard, Phillips [10] explains that walking has enchanted many (anti) artists because its process-based, participatory and unfinished nature, and as mentioned above, because it offers a way of ‘writing’ the urban and natural landscape that does not seen to be colonial, without regulatory air. Therefore, as Roelstraete [13: 13-15] notes in his essay about Richard Long’s A line made by walking (1967), “walking is a mode of making the world as well as being in it”, “both meausing the world and appropiating it”, thus, the act of walking is considered “a radically different, more democratic experience of landscape”. In recent years, aside from Long, others land artists such as Ulay, Wodiczko, Muller, Cardiff, or Tiravanija have made ‘art’ out of the most ordinary of human practices, walking, and their work has added to other mythologies of walking such as pilgrimages, diasporas, and the forementioned flâneurisms and dérives [10].
All these cultural movements based on experiencing the city by walking are in clear opposition of the god’s view [3], panoptic view [5] or ‘zenithal view’ [4] in which the city is observed from the window of the last store of the tallest skyscraper. The practice of walking and the reflection on urban walks thus contribute to a counterdiscourse of the urban [14]. In this same sense, Barthes [1982, cited in 7; 14] indicates that a city can be known only ethnographically, namely, by walking, by sight, by habit… Wilson [1991, cited in 11] argues that walking in the city invokes memories, a process related with what Proust defined as “mémoire involuntaire”. Many authors have supported this argument, Steve Pile [1997, cited in 11] for instance, says that walking allows one to travel in time and move through space. For him, each angle, each new experience on the streets, could produce multiple flashbacks and flashforwards mixed with the present. In addition to spatial memories, the city is characterized as well by its rhythm [8]. As Highmore [2005: 141, quoted in 8] highlights, “rhythm in the form of pace is a crucial ingredient to any experience of the city, no matter how fast or slow that pace is”. In fact, the relationship between walking and time is not just one of clock-time passing, but is consituted by multiple temporalities which appear from and shape people’s experience on foot [8: 1958].
De Certau encourages walkers to be the producers of their own urban texts, to construct and occupy urban space inventively, to enable potentialities of re-presenting the city from the street [14], and as it has been argued in this blog, to irrigate street with potential. Phillips [10] states that walking is an activity to open up inaccessible spaces to research but also is a mode which demonstrates the limitations of such space. Thus, “the speech act of walking creates stories, invent spaces, and opens up the city through of urban space permits a myriad of unrealized possibilities to surface, triggering emotions and feelings that may lie dormant in many people” [14: 440].
All these cultural movements based on experiencing the city by walking are in clear opposition of the god’s view [3], panoptic view [5] or ‘zenithal view’ [4] in which the city is observed from the window of the last store of the tallest skyscraper. The practice of walking and the reflection on urban walks thus contribute to a counterdiscourse of the urban [14]. In this same sense, Barthes [1982, cited in 7; 14] indicates that a city can be known only ethnographically, namely, by walking, by sight, by habit… Wilson [1991, cited in 11] argues that walking in the city invokes memories, a process related with what Proust defined as “mémoire involuntaire”. Many authors have supported this argument, Steve Pile [1997, cited in 11] for instance, says that walking allows one to travel in time and move through space. For him, each angle, each new experience on the streets, could produce multiple flashbacks and flashforwards mixed with the present. In addition to spatial memories, the city is characterized as well by its rhythm [8]. As Highmore [2005: 141, quoted in 8] highlights, “rhythm in the form of pace is a crucial ingredient to any experience of the city, no matter how fast or slow that pace is”. In fact, the relationship between walking and time is not just one of clock-time passing, but is consituted by multiple temporalities which appear from and shape people’s experience on foot [8: 1958].
De Certau encourages walkers to be the producers of their own urban texts, to construct and occupy urban space inventively, to enable potentialities of re-presenting the city from the street [14], and as it has been argued in this blog, to irrigate street with potential. Phillips [10] states that walking is an activity to open up inaccessible spaces to research but also is a mode which demonstrates the limitations of such space. Thus, “the speech act of walking creates stories, invent spaces, and opens up the city through of urban space permits a myriad of unrealized possibilities to surface, triggering emotions and feelings that may lie dormant in many people” [14: 440].
[2] Careri, F. 2009. Walkscapes. El andar como práctica estética. Walking as an aesthetic practice. Land&Scape Series. Ed. Gustavo Gili, 205 pp.
[3] Certeau, M. 2002. From The Practice of Everyday Life. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). The Blackwell City Readier. Blackwell, 560 p.
[4] Escobar, M.G. 2009. Derives and Social Aesthetics in the Cities: Urban Marks in El Raval de Barcelona, Spain. Social Sciences 1(2): 136-151.
[5] Faucault, M. 2002. From Discipline and Punish: The Birth of the Prison. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). The Blackwell City Readier. Blackwell, 560 p.
[6] Featherstone, M. 1998. The Flâneur , the City and Virtual Public Life. Urban Studies 35(5-6): 909-925.
[7] Fenton, J. 2005. Space, chance, time: walking backwards through the hours on the left and right banks of Paris. Cultural Geographies 12: 412-428.
[8] Middleton, J. 2009. ‘Stepping in time’: walking, time, and space in the city. Environment and Planning A 41(8): 1943-1961.
[9] Mitchell, W.J. 2002. From City of Bits: Space, Place and the Infobahn. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). The Blackwell City Readier. Blackwell, 560 p.
[10] Phillips, A. 2005. Cultural geographies in practice: Walking and looking. Cultural Geographies 12 : 507-513.
[11] Pinder, D. 2001. Ghostly footsteps: voices, memories and walks in the city. Ecumene 8(1): 1-19.
[12] Pozueta, J., Lamíquiz, F.J. & Porto, M. 2009. La ciudad paseable. CEDEX, 430 p.
[13] Roelstraete, D. 2010. Richard Long: A Line Made by Walking. Afterall Books, 86 p.
[14] Rossiter, B. & Gibson, K. 2003. Walking and Performing “The City”: A Melbourne Chronicle. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). A Companion to the City. Blackwell, 640 pp.
[15] Tester, K. 1994. The Flâneur. Routledge, 205 p.
[16] Walkowitz, J.R. 2002. From City of Dreadful Delight: Narratives of Sexual Danger in Late-Victorian London. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). The Blackwell City Readier. Blackwell, 560 p.
[17] Wilson, E. 2002. From The Sphinx in the City: Urban Life, the Control of Disorder, and Women. In: Bridge, G. & Watson, S. (Eds.). The Blackwell City Readier. Blackwell, 560 p.
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