la vida secreta de los mapas urbanos // the secret life of urban maps

por Ramiro Aznar Ballarín

La cartografía urbana proporciona al ciudadano una serie de capas temáticas con las cual se puede guiar a través de la ciudad y al mismo tiempo destapar nuevas realidades desconocidas en su propio barrio barrio o incluso en su propia calle [1]. La cartografía y su elemento más conspicuo, los mapas, son tradicionalmente entendidas como realidades neutras y objetivas [6], pero esta afirmación no es más que una ilusión [4]. De hecho, los mapas son productos de la realidad y no espejos de la misma (Pickles, 2004 citado en [2]). Se puede decir que son artefactos socialmente construidos, reflejo de demandas políticas de su propio contexto cultural y de las preferencias personales del cartografiador [1]. Un buen ejemplo de esto lo podemos encontrar en los estupendos dibujos de Hugh Ferris. Su ‘Evolution of the Set-back building’ puede ser considerada como los primeros mapas tridimensionales. En ellos Ferris ilustraba una ciudad virtual producto de las limitaciones de la forma, las exigencias económicas de los propietarios del suelo y los promotores, y también del interés estético de los arquitectos [ibid].




Imágenes sacadas de la obra de Hugh Ferris, ‘Evolution of the Set-back Building’  conocidas comúnmente como los dibujos de las “cuatro etapas” (1992) [vía Landscape and Urbanism]. // Hugh Ferris’ ‘Evolution of the Set-back Building’ or more commonly known as the “Four-Stages” drawings (1922) [via Landscape and Urbanism].

En esta misma línea contextual, la cartografía puede ser interpretada (o leída) como si fuese un texto escrito (Barnes & Gregory, 1997 citado en [6]). Como de Certeau escribe (1984: 117, parafraseado en [2]): "[un mapa] es como una palabra hablada, captada de forma ambigua en cualquiera de sus actualizaciones, transformada constantemente en función de las múltiples costumbres que la rodean, situada como un acto del presente (o de “un” tiempo), y modificada por las transformaciones causadas por sucesivas contextualizaciones".

James Corner señala en este respecto que un mapa siempre intenta convencer al lector de algo particular de lo que el mapa muestra o representa [1]. El afirma que el “mapeado” puede ser entendido como una “agency” (agencia o acción), es decir, “una operación, condición o estado donde se ejerce cierto poder”, y como consecuencia, los mapas pueden interpretarse como “agents” o agentes, “mecanismos de poder que ejerce presión hacia un resultado deseado” [ibid: 99]. Esto se podría resumir en palabras de Mitchell (1990: 12, parafraseado en [3]) como sigue: un mapa es siempre “algo o “alguien”, [hecho] por algo o alguien, para alguien”.

Según Pinder [6], los situacionistas, como se mencionó en la anterior entrada, se dieron cuenta del poder oculto de los mapas y especialmente de los referentes a las ciudades. Dos obras de Debord, ‘The naked city’ y ‘Guide psychogéographique de Paris’, por ejemplo, invitan al usuario a tomar la perspectiva de un caminante urbano, el cual investiga enigmas inscritos en la ciudad y por tanto, a tomar “un punto de vista totalmente personificada”. Este autor continua argumentando que tanto los situacionistas como sus predecesores desarrollaron la psicogeografía como un medio para valorar o apreciar los contornos emocionales de las ciudades, la conexión entre el comportamiento humano y la geografía urbana, y como estos pueden ser transformados. Ellos por tanto entienden el mapeado como una metodología a través de la cual se “encuentran con la ciudad” en lugar de simplemente verla (Wood, 1978, citado en [6]).





“The naked city” por Guy Debord [vía La Ville Nue]. // “The naked city” by Guy Debord [via La Ville Nue].

En realidad, la psicogeografía se encuentra muy próxima a los ‘mapas mentales’ o al ‘mapeado cognitivo’ de Kevin Lynch. Su obra en general y ‘La Imagen de la ciudad’ [5] en particular, ha ayudado a urbanistas y arquitectos a mejorar el diseño urbano. Usando el mapeado cognitivo como medio revelador de patrones urbanos (o falta de ellos), estas cartografías muestran las imperfecciones presentes en las ciudades [1]. En este sentido, durante toda su vida Lynch estuvo muy interesado en conocer cual era la forma idónea o buena de las ciudades, sin embargo al final se dio cuenta de la imposibilidad de semejante tarea. En sus propias palabras (1981: 1, parafraseado en [1]): "las ciudades son demasiado complicadas, se encuentran fuera de nuestro control, y afectan a demasiadas personas, las cuales están sujetas a multitud de variaciones culturales… Las ciudades, como los continentes, son simplemente enormes hechos de la naturaleza a las cuales nos tenemos que adaptar".

De todas maneras, se dio cuenta que a pesar de no poseer respuesta era una pregunta que era necesario preguntarse ya que involucraba un juicio de valores. Estos son una parte inseparable en la toma de decisiones y en la nueva gobernanza urbana, y por tanto, existe una necesidad de entenderlos, expresarlos y mapearlos [ibid].


Problemas de la imagen de la ciudad de Boston, sacado del libro de Lynch, ‘The Image of the City’ (1961) [vía CSISS]. // Problems of the Boston image from Lynch’s ‘The Image of the City’ (1961) [via CSISS].

Como el acto de caminar, el mapeado o cartografiado puede entenderse como un proceso continuo, abierto y sin final. Así Kitchin y Dodge argumentan que los “mapas nunca están completamente formados y acabados. Es más, son transitorios, efímeros. Son contingentes, relacionales y contexto-dependientes. Los mapas están siempre en un continuo estado de mapeo” [2: 331, el énfasis es mío]. Estos investigadores continúan afirmando que los mapas están en constante estado de “llegar a ser o convertirse”, son “ontogénicos”, “emergentes” en naturaleza. Es decir, son productos del momento. Esta idea de entender la cartografía como una ciencia de procesos y no figurativa supone un cambio epistemológico profundo. En esencia, este cambio se podría resumir en que lo que de verdad importa ahora es “la vida social de los mapas” y no los mapas en sí [3].

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by Ramiro Aznar Ballarín

Urban cartography provides layers of geospatial data that direct people through the city, thus guiding the map-reader in space and uncovering specific aspects of the metropolis [1]. In this context, maps are still frequently viewed as neutral and objective representations [6], but this statement is an illusion [4]. Maps are indeed a product of nature rather than a mirror of reality (Pickles, 2004, cited in [6]). They are socially constructed artifacts which register the prevailing political demands of their cultural context and the personal input of the map-maker [1]. A good example of this can be found in the drawings of Hugh Ferris. His ‘Evolution of the Set-back Building’ can be considered as three-dimensional maps in which Ferris exposed a virtual city as it reflected the limitations of form, the economic demands of property owners and developers, and the aesthetic concerns of architects [ibid].

In addition, cartography can be understood as ‘wordly’ (Barnes & Gregory, 1997, cited in [6]). As de Certeau writes (1984: 117, quoted in [2]): "[a map] is like the word when it is spoken, that is when it is caught in the ambiguity of an actualization, transformed into a term dependent upon many conventions, situated as the act of a present (or of a time), and modified by the transformations caused by successive contexts".

In the same sense, James Corner points out that a map generally attempts to convince the reader of some particular aspect the map is trying to represent [1]. He states that mapping can be understood as an “agency”, namely, “an operation, condition, or state of acting or of exerting power”, and therefore, a map is an “agent”, “a powerful mechanism that pushes for the end result” (ibid: 99). As Mitchell (1990:12, quoted in Freire & Villar, 2010), a map is “always something or someone, [made] by something or someone, to someone”.

According to Pinder [6], Situationists, as mentioned in the last post, were aware of this reality regarding maps, and specifically urban representations. Debord’s ‘The naked city’ and ‘Guide psychogéographique de Paris’, for instance, were maps which invite the user to take the perspective of someone walking in the city, to consider enigmas of urban experience and activity form “a more embodied perspective”. He goes on to say that Situationists and their predecessors developed psycogeography as a means of appraising the emotional contours of cities, the connection between behavior and urban geography, and how they may be transformed. They therefore view mapping as a methodology for encountering the city rather than simply mirroring it (Wood, 1978, cited in [6]).

It can be argued that psycogeography, in fact, is very close to the ‘mental maps’ and the ‘cognitive mapping’ tradition that was pioneered by Kevin Lynch. His work, and more specifically ‘The Image of the City’ [4], has helped to constitute a tool for better urban design. By using mental maps as means to reveal the city’s pattern (or lack of it), these cartographies bring to light the imperfection of the city’s urban structure [1]. In this respect, Lynch was truly interested in knowing the “good” city form, but at the end, he discovered that it was an impossible task. In fact, according to him (1981: 1, quoted in [1]): "cities are too complicated, too far beyond our control, and affect too many people, who are subject to too many cultural variations… Cities, like continents, are simply huge facts of nature, to which we must adapt".

Nevertheless, it was a question which was (and is) worth asking mainly because it involves a value assessment. Values are inevitable part of decision-making and urban governance, and hence, there is a necessity to understand, express and map such values [1].

As the act of walking, mapping can be understood as an on-going and unfinished process. In this sense, Kitchin and Dodge argue that “(m)aps are never fully formed and their work is never complete. They are transitory and fleeting, being contingent, relational and context-dependent, they are always ‘mapping’” [2: 331, emphasis mine]. Further, they continue by stating that maps are constantly in a stage of becoming, they are “ontogenic” or “emergent” in nature, that is to say that they are products of the moment. This idea of understanding cartography as a processual science rather than representational has a powerful epistemological change. In essence, it can be suggested that what really matters now is the “social life” of maps [3].

[1] Amoroso, N. 2010. The exposed city: mapping the urban invisibles. First Edition, Routledge, 176 p.
[2] Dodge, M. & Kitchin, R. 2007. Rethinking maps. Progress in Human Geography, 31(3): 331-344.
[3] Freire, J. & Villar, D. 2010. Prácticas cartográficas cotidianas en la cultura digital. Razón y palabra 73 [disponible en: http://www.razonypalabra.org.mx/N/N73/MonotematicoN73/01-M73Freire-Villar.pdf].
[4] Lynch, K. 1961. The Image of the City. Cambridge, Mass, MIT Press.
[5] Harley, B. 1989. Deconstructing the map. Cartographica 26: 1-20.
[6] Pinder, D. 2003. Mapping worlds: Cartography and the politics of representation. In: Blunt, A. et al. (Eds.) Cultural Geography in Practice. Oxford University Press, Arnold Publishers, London, 330 p.


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