por Ramiro Aznar Ballarín
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En una entrada anterior cité una expresión realizada por una mujer haciendo referencia a la mala urbanización de la Calle Navas. En su día la traduje sabiendo que el resultado no captaba por completo ni su significado, valor o espontaneidad. De “Esta calle es matadora” pasé a “This street is killing me” [algo así como “esta calle me está matando”]. Este terreno pantanoso es conocido como investigación intercultural y plurilingüe, y aunque presenta multitud de desafíos y obstáculos, una vez terminada los beneficios intelectuales y culturales son especialmente provechosos [4]. En las siguientes líneas trataré de explicar tanto los retos como las oportunidades que puedo suponer realizar un proyecto en dos diferentes países, con dos diferentes y dos diferentes lenguas.
Los idiomas o lenguas son un tema complicado en ciencia, debido a ello los investigadores deben tener extremo cuidado a la hora de tratar con él. De forma general, el lenguaje que se puede leer en los escritos científicos es un lenguas que exacto y bien definido, por tanto, no muestra su verdadera naturaleza, la cual está definida principalmente por una inherente incertidumbre [3]. Esta variabilidad e imprevisibilidad se puede encontrar en diferentes escalas temporales, y por esta razón, se dice que los idiomas son entidades vivas en continua evolución debido a su intensivo uso diario [ibid]. De acuerdo con Watson [10], las expresiones y palabras pueden cambiar sus significados con el paso del tiempo. A esta variación temporal hay que unir la espacial, ya que ciertas palabras pueden tener diferentes valores y/o significados dependiendo de la sociedad o comunidad en la que nos encontramos. A parte de la mutación del propio idioma, algo mucho más importante a tener en cuenta es que “el cambio de idioma también nos cambia a nosotros mismos” (Rushdie, 2002, citado en [11]), cambia nuestra personalidad. Así pues, el uso diferencial de un idioma puede determinar la posicionalidad y la identidad del científico en cuestión [3, 4]. De hecho, las relaciones entre el geógrafo y su universo de estudio no son estáticas y éste necesita encontrar un “espacio posicional” adecuado para generar una arena donde promover confianza y cooperación [6] en la cual poder llevar a cabo su investigación. Por lo tanto lo importante es reconocer que el idioma “no es un mero instrumento neutral de comunicación” [2, 7], sino también un medio por el cual uno vive y se relaciona con su ambiente cercano y que a través del cual pueden surgir situaciones de fricción. Debido a esto, algunos académicos apuntan a que el idioma tiene una gran influencia tanto en la accesibilidad a servicios públicos como en la participación ciudadana en la vida urbana [10].
Mapa de los idiomas de Europa en 1741 [vía Anggarrgoon]. Map of the languages of Europe in 1741 [via Anggarrgoon].
Posiblemente la parte más importante en lo que concierne a la investigación entre diferentes lenguas y culturas es la traducción y lo que denomina transferencia de significado. Como muy bien define Müller [5], traducir es un proceso complejo, político y muy subjetivo. Él basa su argumento en la idea de que cada lengua estructura el mundo de forma alternativa, y que al traducir de una a otra no se consigue transmitir la riqueza y diversidad de cualquier expresión, y por tanto, alcanzar una entera equivalencia es un mito. La misma lectura la encontramos en los textos de Smith [9], el cual resalta la importancia de interpretar la traducción como la comparación entre dos diferentes autenticidades y que la transferencia de significado se da, por tanto, entre un momento en el espacio y en el tiempo y otro (recuérdese que las lenguas están en continua evolución). Escapando un poco de estos conceptos tan abstractos, Smith [8] aboga por la creación de espacios in-between [intermedios], los cuales deben actuar como plataformas de entendimiento entre culturas e idiomas. Estos espacios híbridos, por tanto, pueden desplazar asunciones hechas por el geógrafo tales como que su lenguaje (generalmente el inglés) es claro y adecuado [ibid: 163]. Algunas palabras “extranjeras” deberían mantenerse en los textos en inglés académico para intentar incorporar alguno de los múltiples significados y sutilezas [ibid], y de esta forma crear estos espacios mixtos. En este sentido, es de vital importancia aplicar estas arenas fronterizas en lo referente a las metáforas locales. Estos recursos lingüísticos generalmente son usados para asistir en la enseñanza, especialmente en la explicación de conceptos complicados, y sirven para aclarar e iluminar argumentos [ibid]. Según Bracken y Oughton [3], el problema principal de las metáforas es que para poder entenderlas plenamente es necesario que las personas compartan el marco donde han sido creadas y utilizadas.
En nuestro caso, con “Esta calle es matadora” (“This Street is killing me”) estamos tratando con una metáfora. En este sentido, la traducción inglesa podría sugerir que la calle “está matando” a la persona que pronuncia la frase. Lógicamente la calle no está matando a nadie, lo que realmente nos está diciendo es que las características de la vía hacen la vida imposible a los ciudadanos o que pasear por ella es un infierno. Como se ha dicho repetidas veces en este texto, estas definiciones (aunque sean nuevas metáforas) no consiguen mantener el verdadero significado y valor de la frase en cuestión. Por tanto, la (posible) mejor solución es mantener la palabra clave de la expresión: “matadora”; junto con una o dos definiciones como las apuntadas unas líneas más arriba. Al realizar esta operación estamos creando un espacio híbrido [8], y de este modo, “generar potenciales donde poder abrir nuevos horizontes de conocimiento, y por consiguiente fomentar un acercamiento o entendimiento entre lenguas y culturas” [4].
Me gustaría añadir que los mapas también pueden ser considerados como metáforas [1], pero eso es otra historia…
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